La obra
- ulysses
- 11 jun 2019
- 5 Min. de lectura
«...si el nuevo túnel ha de conducir realmente a alguna meta, seguramente será largo, y si no conduce a ninguna, será infinito…» Franz Kafka, "La obra" (1923).

El epígrafe que he tomado, posiblemente, describe a toda la obra kafkiana. Deleuze y Guattari ya lo mencionan como una suerte de traspaso en la escritura que se evidencia en el devenir animal, pero que termina por derivarse finalmente en las novelas de Kafka; y puede que Bataille lo concibiera como la naturaleza, relacionada con el fuego, de la obra del escritor. En principio, lo que plantea “La obra” o “La madriguera” es indescriptible, por lo menos en un solo ámbito. Por lo demás, el relato remite a una concepción de la misma poética de Kafka o al relato mismo como el túnel que será infinito o a la consciencia de algo inalcanzable que es solamente perceptible pero indeterminado.
Existen tres momentos dentro del relato: la descripción de la madriguera, que remite al pasado del animal que la habita; el presente de la narración, en el que el animal desea acceder de nuevo a la obra; y el encuentro o la intuición del enemigo. El primer momento responde al conflicto de la imposibilidad de concebir a la obra como un espacio terminado. En el fondo del animal (posiblemente un topo), lo que reside es la indecisión y el miedo constante; del miedo nace el traslado de las provisiones: cuando se ha creído haber hallado la forma adecuada de sobrevivir, la angustia reaparece y lo guía al estado anterior, donde la paz vuelve a ser aparente. Y el conflicto parecería ser infinito. Otro aspecto de la primera parte del cuento que me interesa es el silencio que reside en la obra, “lo más bello”, que vendría a contrastar con el final del relato.
El segundo momento se produce cuando el animal observa su madriguera desde fuera: “Tengo la sensación no de estar delante de mi casa, sino frente a mí mismo mientras duermo”. El animal ha empezado la obra hace mucho tiempo y, ahora, en la incipiente vejez no sabría decir si lo logrado corresponde a lo que esperaba cuando era joven. Al igual que antes de salir de la obra, se produce un conflicto en el personaje. Se corresponde este con el anterior, en el sentido en que ambos reflejan los dos “mundos” en los que el animal se mueve. Lo que en el exterior es un tipo de problema, al volver a la obra se transmuta: “cansancio en afán e inquietud”. Esta segunda parte del relato termina con el animal que cree haber vuelto al “tiempo infinito” de la obra y se queda dormido.
Al igual que los otros dos, el tercer momento se relaciona con un conflicto: el silbido que se riega por las galerías y corredores de la madriguera. Este silbido es una metonimia de la amenaza final que presiente el narrador. Ante el sonido, concibe la idea de cavar hasta alcanzarlo. A diferencia del primer momento, en que el silencio es lo que caracteriza a la obra, esta parte se encuentra atravesada por el silbido imposible de rastrear, pero audible desde cualquier punto del lugar. Luego, el animal recuerda un momento anterior al que está viviendo, en el que sucedió algo similar: un ser que también estuvo rodeando la obra pero que, finalmente, dio la vuelta y se perdió en la tierra. Contra el ser que se oculta, ahora en el silbido, la única posibilidad, que de alguna forma roza con lo inevitable, es que el encuentro termine en enfrentamiento. Pero ¿quién oyó primero al otro?
El animal del cuento y su relación con su obra bien podrían corresponderse con la relación de Kafka con su obra escrita, en la que intuye constantemente la amenaza. Es imposible imaginar un final, supongo, no solo para un lector cualquiera, sino, también para el mismo Kafka. El sonido que oye el animal bien podría ser tomado como una empresa paralela, en la que se sabe que hay algo más allá, pero que no se está seguro de qué es; en la que el otro animal también ha oído un silbido y se ha decidido hallarlo. El sonido alrededor de la obra no es más que el del mismo animal (si se toma, por ejemplo, lo que dice, al final, sobre el otro ser que también siente una necesidad y gusto por la creación de obras). Sin embargo, en la incapacidad de transgredir el límite reside la posibilidad de lo infinito de la obra. El animal vive en constante conflicto porque no puede pensar en la madriguera como un fin y toda la angustia que se produce en cada uno de los momentos viene del mismo miedo de lo que no puede determinar.
Ante lo último, solo me es posible ver al cuento como la realización de sí mismo. La obra del animal queda inacabada al igual que el cuento. En 1923, Kafka no hallaría otra salida que la de dejar de escribir, frente a la inminencia del miedo desconocido y también inalcanzable. La realización de “La obra” reside en la obra misma de Kafka. David Foster Wallace dice sobre Kafka y su humor:
Que nos imaginemos acercándonos y llamando a esa puerta, cada vez más fuerte, llamando y llamando, no solo deseando que nos dejen entrar sino también necesitándolo; no sabemos qué es, pero lo sentimos, esa desesperación total por entrar, por llamar y dar porrazos y patadas. Y que por fin esa puerta se abre… y se abre hacia fuera: que durante todo el tiempo ya estábamos dentro de lo que queríamos. Das ist komisch.
Puede que aquello era lo que veía Kafka en toda su obra y por eso quiso destinarla al fuego. En algún momento, el animal se pregunta si en verdad su obra le pertenece y no ha sido ya la obra de alguien más, del animal que lo rodea y que es tan grande como él; aun si esa no fuera su obra, no habría por qué descartar el enfrentamiento por irrumpir en la guarida. Posiblemente, los dos animales han oído el ruido que recorre al mundo subterráneo y siguen con la oreja pegada a la pared. Puede que haya un tercer animal y un cuarto y que de ninguna forma sean ajenos a la obra del primero. La obra es infinita y por eso el relato es infinito en su indeterminación, como toda la obra kafkiana. Kafka lo descubrió antes: él era el topo y la angustia, la amenaza o la inminencia de la muerte, el quedarse mudo ante lo indescriptible, en la espera interminable. La única realización es la angustia de lo infinito, la posibilidad de que la obra nunca nos haya pertenecido o que, en el encuentro esperado, se descubra que nadie ha cavado y que el silbido siempre ha provenido de nosotros mismos.
Comments