La pérdida del refugio interior
- ulysses
- 18 oct 2019
- 7 Min. de lectura
Por Mauricio Zuleta

Conforme se nos agotan las opciones, reculamos hasta que, una vez contra las cuerdas, si tenemos la posibilidad, aceptamos la oferta más cómoda que nos hagan. Ni siquiera experimentamos la duda si previamente hemos perdido la fe en todos los valores con los que hemos crecido y reconocemos en unos nuevos una salida a la decadencia que nos rodea. No hace falta tener convicción para dar el salto, simplemente identificar los beneficios de un movimiento que cambiará radicalmente nuestra vida y complacernos con ellos. François, el profesor universitario de Sumisión, conoce a la perfección la sensación de la que hablo.
Escéptico por naturaleza, nada parece afectar a François. Su vida está marcada por la rutina y los designios de una personalidad más bien abúlica. La pasión ha quedado atrás, no es más que un recuerdo que ya no despierta las emociones de antaño. Ahora la corrupción interna, manifiesta bajo la forma de insignificantes dolencias propias de la edad, se hace cada día más palpable. El amor, o la vida en común si se quiere, se muestra como una vía de salvación, pues, llegado a este punto, incluso un cínico como François se plantea por primera vez la posibilidad de formar una familia y así desplazar de su mente, aunque sea por un instante, el anuncio de la muerte, que avanza inexorablemente. El nombre de Myriam resuena en su cabeza cada vez que pone en tela de juicio semejante idea.
Sin embargo, François no corre con suerte. Pese a que se ha mantenido a lo largo de su vida alejado de la política a tal punto de mostrarse indiferente a la parafernalia que precede a los comicios electorales, las circunstancias le demuestran que no puede sustraerse a la realidad. De pronto la Hermandad Musulmana, gracias a los buenos oficios de su líder Mohammed Ben Abbes, se instala en el poder. El cambio de autoridades no solo trae consigo un sistema de gobierno completamente opuesto al anterior, tal como ha ocurrido sucesivamente en la historia de su país, sino también una serie de dislocaciones que estremecen los cimientos de la sociedad francesa. Las medidas para afrontar la situación no se hacen esperar y las comunidades más vulnerables en el nuevo Estado, como la de los judíos, toman decisiones extremas para garantizar su seguridad: Myriam y sus padres se exilian.
El acontecimiento no parece tener mayor repercusión, pues la frivolidad que constituye uno de los rasgos más acentuados de François le resta importancia. Pero si nos atenemos a las declaraciones de Michel Houellebecq (“La élite está asesinando a Francia”, 2015), que en una entrevista para El País revela las claves para la lectura de la novela, es entonces cuando François experimenta su primera pérdida, a la que le seguirá una larga lista que socavará su integridad hasta dejarlo inerme. Cabe mencionar que la entrevista se realizó poco después del atentado contra Charlie Hebdo, el popular semanario satírico francés que, para la edición de la fecha, había publicado un número dedicado al islam. Debido a que Houellebecq era uno de los blancos de los terroristas por la reciente publicación de Sumisión, la entrevista se realizó bajo estrictas normas de seguridad.
La visita a la iglesia de Notre-Dame de Rocamadour constituye el siguiente peldaño en el descenso que conduce al protagonista a la resignación. Aunque en un principio él no contemplaba peregrinar hasta la capilla, las recomendaciones de una colega de la universidad y su esposo lo convencen. Durante su estancia en Rocamadour, François saca fuerzas a diario para caminar hasta el recinto y mirar detenidamente los iconos sagrados en un intento por recuperar su fe. Pero nada da resultado. Es más, aunque admite que en la época medieval el catolicismo tenía el poder suficiente para imponer su expansión, reconoce que en la actualidad es una religión carente de sustancia que no hace mucho por mantener las expectativas de sus creyentes. François abandona el pueblo con la congoja del apóstata.
Cuando el entrevistador de El País le plantea a Houellebecq la posibilidad de que una transformación se operara en el protagonista durante la visita a Notre-Dame, el autor le explica por qué no habría surtido efecto:
A ver: supongamos que la Virgen de Rocamadour hubiera funcionado, que François hubiera recuperado la fe. Después de eso, yo ¿cómo sigo mi libro? (ríe). En cambio, en Sumisión no hay verdaderos creyentes, ni cristianos ni musulmanes. Incluso para Ben Abbes se trata de una opción política. Esto ya estaba a mi alcance (Houellebecq, “La élite está asesinando a Francia”, 2015).
La respuesta es elocuente, porque pone de manifiesto que el vuelco de Francia del catolicismo al islamismo en la novela no consiste en una decisión religiosa sino política, que tiene como meta fortalecer el compromiso de la población con una causa.
La madre y el padre de François son los siguientes en la lista. En el primer caso, la noticia del fallecimiento de su madre le llega con semanas de retraso y no le produce el más mínimo aspaviento. A su regreso de Rocamadour, tras un intento por alejarse de la violencia que azotaba a la capital, entre la correspondencia atrasada descubre que el cadáver de su madre ha sido depositado en una fosa común debido a la ausencia de una respuesta. Volverse consciente de la soledad de su madre parece ser lo único que lo inquieta.
El efecto que tiene sobre él la muerte de su padre es mayor, aunque no tanto por lo inesperado de la noticia como por los hallazgos que hace acerca de su vida. Conversar con Sylvia, la última pareja de su padre, le ocasiona cierto extrañamiento, porque la imagen que François guardaba de él no corresponde con la que ella le pinta. De pronto un hombre completamente distinto se esboza frente a él, pese a que en el pasado su padre jamás mostró interés por mudar de costumbres ni adoptar una conducta distinta de acuerdo con las circunstancias. La revelación de este cambio ahonda en François y tendrá una importancia capital hacia el final de la novela.
Por si fuera poco, durante este periodo de luto François es despedido de la universidad. La pensión es buena, por lo que no se queja, pero los instantes de ocio se extienden de tal modo que ya no le queda más que el hastío de las horas que se agotan irremediablemente. Al principio se concentra en sus investigaciones. Pero para incrementar su desolación, su relación con Huysmans, «que califico (sic) como la más antigua de su vida» (Houellebecq, “La élite está asesinando a Francia”, 2015), se resquebraja. La figura del protagonista entonces parece descomponerse ante nuestros ojos. Deslavazado y ensombrecido, François no encuentra asidero en ninguna parte, toca fondo.
Durante la progresiva caída del protagonista, sobre todo en los últimos estadios, está presente Robert Rediger, funcionario del gobierno y, posteriormente, director de la Universidad de París-Sorbona. Con su entusiasmo, Rediger mina las barreras de François y lo exhorta a convertirse al islamismo. Incluso se toma el tiempo de explicarle el motivo que ha contribuido a la aparición y ascenso del islam en Francia: «—Es la sumisión —dijo en voz queda Rediger—. La idea asombrosa y simple, jamás expresada hasta entonces con esa fuerza, de que la cumbre de la felicidad humana reside en la sumisión más absoluta» (Houellebecq, Sumisión, 2016).
La sentencia es precisa, no hace falta añadir mucho más. En una época como la nuestra, en la que se ha perdido el temor religioso y la insipidez de nuestra vida espiritual nos impide conectarnos con los demás, nos hace falta el ingrediente místico de una religión tan poderosa como el islam, nos insinúa Houellebecq. Las estructuras de los musulmanes parecen las más apropiadas para detener el lento declive al que nos han conducido el capitalismo a ultranza y el catolicismo liberal, que cada día se muestra menos capaz de congregar a sus fieles.
François escucha atentamente las palabras de Rediger, lee los manuales escritos por éste. La oferta de Rediger, si se convierte al islam, incluye el restablecimiento de su cátedra universitaria y la posibilidad de una vida nueva. François no debe preocuparse por nada, no se trata más que de una movida estratégica. En una crítica acerba contra los intelectuales de su país, Houellebecq nos dice, escondido detrás de la máscara del narrador, que «…el intelectual en Francia no tenía que ser responsable, eso no estaba en su naturaleza» (Houellebecq, Sumisión, 2016). Una manera sutil de lavarse las manos que recuerda a las rectificaciones de Sartre cuando, supuestamente, recién se enteró de las atrocidades cometidas por Stalin.
No hay nada que temer, la evidencia es clara: el islam dominará el mundo y no caerá como el Imperio Romano gracias a las sólidas bases sobre las que se asienta su tradición. En una comparación brillante, Rediger nos dice:
…llegada a un grado de descomposición repugnante, Europa occidental ya no estaba en condiciones de salvarse a sí misma, como no lo estuvo la Roma antigua en el siglo V de nuestra era. La llegada masiva de poblaciones inmigrantes impregnadas de una cultura tradicional marcada aún por las jerarquías naturales, la sumisión de la mujer y el respeto a los ancianos constituía una oportunidad histórica para el rearme moral y familiar de Europa, abría la perspectiva de una nueva edad de oro para el viejo continente. Esas poblaciones eran a veces cristianas; pero por lo general, había que admitirlo, eran musulmanas (Houellebecq, Sumisión, 2016).
François ya no le da más vueltas. Aunque no cree en el islam, los beneficios que le reportará son más grandes que la miseria espiritual en la que vive, y eso le basta. Desde su cargo de profesor, que es reivindicado en la novela, incluso se presenta como un acto inocuo. En una jugada que le recuerda a la adaptación de su padre al medio en sus últimos años, el protagonista decide admitir una nueva fe: «Un poco como le había ocurrido unos años antes a mi padre, se me ofrecería una nueva oportunidad; y sería la oportunidad de una segunda vida, sin mucha relación con la precedente. No extrañaría nada» (Houellebecq, Sumisión, 2016).
Michel Houellebecq detecta los rincones más endebles de nuestra cultura occidental y los disecciona para revelar la miseria que se refugia en su interior. Nos hace sentir incómodos, porque nos disgusta admitir que la libertad de la que tanto nos envanecemos no es más que una quimera que nos ha arrastrado hasta el estado de incertidumbre que se cierne sobre nosotros. Por eso la fantasía imaginada por Houellebecq no parece desmesurada ni improbable, al contrario, nos hace caer en cuenta del vacío espiritual que nos carcome y que, si esa situación no se revierte, nos conducirá a un abismo de perdición.
Puede que no se trate de la obra más brillante del escritor francés, pero devela la decadencia del mundo contemporáneo y nos hace confrontar el materialismo, que ha ganado terreno en todos los aspectos de nuestra vida social, con la espiritualidad, que ha sido tan vilipendiada en los últimos años.
La distopia de este ensayo no requiere de mas evaluacion, la tarea de dar un vistaso a una posiblidad religiosa hace q la espectativa se vuelva utopica agradezco poder observar y meditar en sus brillantes proesas, pero detecto q detras de esta apologia se halla un judio vestido de musulman; por ello la defino como distopica y utopica en fin me quedo al margen atando cabos.